martes

si he de construir un monumento

En qué momento la distancia se hizo cercana. No lo sé. Tampoco puedo definir que día exacto dejé de ser abeja para convertirme en hormiga. El vuelo de chupa flor no es distinto a la marcha con la carga a cuestas. Cada flor sabe distinto. La tierra sigue girando y yo solo puedo recordar las flores de mi vida pasada. Mi aliento a propolio ahora devora fragmentos de chocolate en el suelo. Mi traje amarillo ahora es solo negro. Y no tengo alas. Pero me he dado cuenta que puedo cargar muchas hojas y cosas que quiera en mi espalda. Sigo siempre muy pendiente del rastro de mis hermanas. Y todo para la casa. Todo para cuando llegue el otro día y esté llena la despensa. Qué hay. Qué no hay. En qué momento la cercanía nos distanció. Hay que ver cuándo fue. La luna no responde a esas preguntas, más bien me blanquea. Dejé de ser hormiga o la sensación hormiga me dejó. Es algo para revisar en las cartas del tarot. Las he retomado, entre una y más dudas conviene mirar las estrellas y las cartas. Alguna verdad estalla. Los caquis eruptan por la ventana. Ya no quedan hojas en sus ramas, sólo frutos que vendrán. Las hojas las cargo en mi espalda. Viene el momento que las aves los devoren. Nos devoren. Uno que otro picaflor revolotea. Mis ideas aletean como gusanos a la luz. De dónde proviene mi luz. Las ramas se sacuden al viento, siempre contentas. Del interior me dice la respiración de fuego. Fuego de mañana, hervida a mediodía. Las pisadas en la escalera despiertan mi noche. Despierta. Despierta. Escaleras de madera crujen en cada paso. La noche se adentra y los murciélagos comienzan a revolotear los cambures. A tomar agua del pozo rápidos en su vuelo. Esta oscuridad iluminada se sostiene viendo al tiempo los satélites brillar, y los murciélagos. Cada cual sigue su rumbo. Sombras de la noche en cada paso. Sabes cuántos libros se utilizan para sostener la pata de la mesa. Quizás los más importantes. Pero ya una vez todos distribuidos cada uno con el suyo en la mano procedemos a decodificarlos. Algunos van otros quedan en la memoria más fijos. Y aparece la ficha, la cita en su más pura expresión. Algunas veces nos hemos comido las comillas tal vez por hambre de humildad. Tal vez sea el hambre de curiosidad. La noche mastica lentamente mis sueños y no puedo conciliar. Es la oscuridad la que me invita. Me persigue. Escucho un búho a lo lejos y sé que ya es tarde. Tarde para comenzar la noche, tarde para seguir esperando. En la oscuridad los pensamientos fluyen. Recuerdo el día en que llegué aquí. Recuerdo haber tenido amigas. Recuerdo haber pasado días soñando despierta. Recuerdos mezclados en sueños. Sueños transformados en negros senderos. Los pasos crujen en las escaleras. Los senderos tienen una huella. Si llueve, desaparece. Así también crujen las pisadas sobre el piso de madera. Así con las casas de madera. Cobijo. Refugio. El silencio de la oscuridad es preciso para calmar los tormentos. El búho corta la cortina negra. Continúe. Continuamos. Tomo de la mano a la oscuridad. Venía detrás mío. Cuando los pasos crujieron a mi lado, llene mis pulmones. Exhalé con fuerza. Ese impulso me llevó a dar media vuelta, la enfrenté. Le pregunté el porqué de mi persecución, cuál era su fin. Una exclamación fue su respuesta y supe que no tenía salida. No podría avanzar por sobre mí. Tomé su mano y le mostré el camino. Para caminar en la negrura es preciso tener memoria. Para tener memoria se debe estar atento. Para la atención se requiere coraje. Precaución. Sigo de la mano de la oscuridad de la noche. Los murciélagos continúan su revoloteo. Mosquitos. A lo lejos una luciérnaga hace juegos de luz. Entre la oscuridad y la luz yo. Mi cuerpo. Doy pasos en estas escaleras que me llevan al fondo de esta torre oscura. La lluvia está cerca y alegra los corazones. Refresca el alma. Decido salir a mojar mi cuerpo. El rocío despierta mis papilas gustativas. Saboreo el aire me envuelve esta noche. De hipótesis poco probables. Recuerdos que agujerean mi cabeza y taladran las sienes. Dejarlos pasar ya que sigo de la mano de la oscuridad. Quiero ser hormiga de nuevo. Pero eso de volver a las vidas pasadas, nada. Siempre adelante. Siendo hormiga una gota puede ahogarte. Siendo humano si es que lo soy o en qué especie ando en estos días. Todo se trata de armar el monumento. Cuándo dónde en qué galaxia. Bueno la estamos buscando. Paso la cuerda que llega al final de la torre. Queda solo ese gran ventanal que me dice. Acaso tú quieres volar. No sé si de volar frente al ventanal se trate o de enfrentarme de nuevo a la oscura que llevo aquí detrás. Le he dado la mano y ahora se ha enamorado. Pero como no enamorarse si le ha dado un beso. Si yo le pedí amor. Bueno sigamos en el monumento entonces. Al final de la torre estaban ese montón de garabatos en las paredes. Para armar el monumento se precisa buscar ciertos materiales. Un árbol para comenzar. Por ahora este lo encontramos en nuestra galaxia. Nada de semillas. Trasplante. Sus raíces son el ingrediente con el que debemos sentarnos a pensar. Aunque sea un poco desfachatado para el árbol, es lo que tenemos que hacer. Aunque a oscuras el árbol no nos dirá cómo continuar. Debemos esperar que se haga de día. A oscuras aprendemos a mirarnos. Así aprendimos a confiar en el otro. A tientas. La luz parece ser un privilegio para quienes manejan los fusibles. Mientras el cable esté roto la energía eléctrica no llegará. Esperamos la luz. La fotosíntesis puede alimentar al árbol. La luz del día. Más de 24 horas sin tocar la energía eléctrica y comienzo a desvanecerme. Fusible dónde estás. Volver al estado primitivo es lo que nos queda. La oscuridad enseña por donde hay que mirar. La clorofila del árbol nos indica el camino. Tenemos que armar el monumento. El camino puede ser intrincado si le damos más vueltas. Es una noche sin luna y pocas estrellas se han aparecido. Me duele el cuello de mirar por una fugaz. Me dijo que esa nos guiaría a los siguientes materiales. Aún no aparece. El árbol es mi asiento y lamento. Ya sé que las lucecillas eléctricas no le van a este árbol. Tendré que armarme un camino de velas. Escribiré tu nombre. Te sentirás llamado. Las luciérnagas... continúan algunas en su revoloteo. Espero que el árbol de sus frutos. Ya su existencia es mi punto de referencia. Escucho sutil tu nombre en voz baja. Sé que me escuchas también. El hielo se deshace poco a poco. El agua fluye agitada buscando un camino. El camino verde en el que vamos de la mano. El trazo no está trazado más del que el árbol dibuja con sus raíces. El búho ha desaparecido a estas horas y no sé cuántas han pasado. Si pasan las horas o es que yo soy la que paso. Paso a paso. Paso lento voy hacia la construcción del monumento. Requiero ladrillos que sienten las bases. Unas rocas. Unos peñascos. Algo. Sin una base firme cómo ha de sostenerse. Más la pregunta es cuán es su firmeza o si esto me produce extrañeza. Coloco la primera piedra. Luego la segunda. Un monumento sin fronteras. Alzo la bandera de la libertad y la brisa la hondea. Un cristal de cuarzo marca la hora del reloj solar. Ya no sé cuantos pasos he dado solo sé que faltan muchos por dar. La oscura sigue pegada a mí y baja la temperatura. Está bien entrada la noche. El cielo coloreado de azules rosados aguarda el amanecer. La libertad infinita. La tierra es del hombre que la trabaja. Del que se afinca a echar escardilla para cultivar cebollas. Y el sudor que la riega trae agua para el árbol. Tal vez el monumento quede a un lado del camino. A un costado que camina a su lado. El camino se ha de recorrer sin perder de vista el monumento. Los pasos, la gota que cae de mi cara sólo me incitan a continuar. Salinidad sin estar cerca del mar. Nadie me dijo cómo sería. Sólo sé que debo continuar. En silencio. El cuarzo me da energía. Lo lengüeteo. Es su sal espesa la que me activa. Los cristales iluminan la oscuridad. Unas chispas de luz. Mi lengua marca las horas transitadas. Sé que llegaré, saco la bandera. La agito con fuerza. Aún no es el momento. Es hora de seguir construyendo el monumento. Hay otras piedras en el camino. Dejo la bandera a un lado. Recojo piedras pequeñas para armar una pequeña pirca alrededor del árbol. Aún no es la hora de izarla. Sólo fue un amago para reconocer esa sensación de libertad. Sé que vendrá. Aún no es la hora de sacar las alas. Cada piedra la subo a mi lomo. La primera ha sido por el fin de semana. La segunda por el miércoles pasado. La tercera me ha sacado una sonrisa. La cuarta me ha hecho reír. La quinta piedra en el hombro me hace resistir. La sexta ya sale con lágrimas. Mi cuerpo es pequeño en relación a la carga. Resistir. Cargar. Resistir. Una piedra corta mis manos. Sangro. Dulcemente sangro. La sangre recorre mi piel y llega al suelo. Esta sangre marca un punto. Con sangre humana se construyen las paredes. Esa sangre que inunda todo el torrente nervioso. Sangre que conoce hasta el último poro de mi cuerpo. Ahora está en el suelo, en la tierra. Y es esta sangre forjadora de energías la que me motiva a continuar. Sangre de colores de piel. ¿Cuántos colores de piel hay en la tierra? ¿Cuántos sabores de sangre se puede chupar el murciélago que merodea? Trataré de continuar a pesar de dejar todo atrás. Faltan las palabras mágicas. Pero sé que todo lo que falta se encuentra en esta hermosa tierra. A veces me siento vacía. Y no por eso soy más ligera. Este es un monumento que glorifica la posibilidad de la palabra. Tantas palabras como pieles y lenguas puedan hablarse. Persiste la idea de avanzar. Algo me he desangrado en el camino. La delgada línea me marea. Entierro los pies en la tierra, piso un pie con el otro. Me hundo. Algo expelido algo se purifica. Y así voy. Limpiando mi sangre es posible construir. Ya no quedan palabras. Sólo esas mágicas palabras. Ya no quedan linfocitos. Ya tan sólo queda la extraña sensación de vacío. Extraño el sentirme rebosada. La luna aparece. Ha llegado con neptuno. Ya es tarde. Es hora de ir a recoger toronjil. Sus ramas verdes y su sabor cítrico alivian mi dolor por la pérdida de sangre. Sangre ida que estimula la sangre nueva. Soy una máquina sangrienta. La herida no cicatriza. Entonces junto en un emplaste tres hierbas diferentes a ver si detienen la hemorragia. Cede un poco a los minutos. La sangre se seca con la tierra. Hay tierra hasta dentro de los dedos. Acaso la libertad es desangrarse. El color de la sangre sigue siendo roja a pesar de los colores de la piel. Me siento un camaleón camuflajeado en el follaje del árbol. Una piedra más de este monumento sin nombre aun. Y pasará el tiempo como granos de arena y recordaré que alguna vez sangre para reivindicar la gloria de aquellos que nacieron para luchar por la libertad tan distinta para unos y otros. Debo continuar en el camino. Aunque sea de noche. Aunque el día dure sólo 4 horas en el invierno. Las esperaré. Como espero el día. Sin esperar. Quiero volver a caminar. El árbol detiene mi andar, sus raíces me atrapan. Me apoyo en su tronco, la herida se abre. Me duelen los brazos, estoy cansada. He de seguir. Siento el cuello tieso. Contractura que baja por la espina y se mimetiza en el tronco. Estoy tiesa. Otra piedra para sumarle al monumento. Pienso en una palabra. Sanidad. Justamente cuando no encuentro ese estado. Lo visualizo. Cierro los ojos e imagino una gran masa de agua. Me mueve al ritmo de la marea. No puedo moverme, me inundo. Pienso en la detención. La sangre ha dejado de salir. Respiro hondo. Lleno mis pulmones de ácido cítrico. Al son de una trompeta exhalo dulzor. Dejo de lado el pensamiento y abrazo el árbol. Es esa calma que anhelaba. Soy una hormiga refugiada en el árbol. Comensalismo. Mis patas se han desenterrado y cargo otra piedra. Tengo que continuar. Es la herida que me detiene. No sé cómo sigo sangrando si los insectos no tienen sangre. El dolor me ha de llevar. Si he de seguir en estos pasos. Que el amor me dirija. No sé cuál es la otra carta a apostar, el árbol siempre estará en mí, en ti. ¿de ahí? ¿dónde estamos? ¿dónde quedamos? en la nebulosa que hemos sido y que ahora lo dices, ¿se difumina? ya lo sabía, ya lo entreveía, pero ¿cómo seguimos? el monumento ha de ser construido sin palabras. Las construcciones no pueden caer dentro de la ideología ni la politiquería ni nada semejante. Es. Lo somos. Más, ¿cómo seguimos? Debo seguir. Continuar. Resistencia. Hasta el final. Dentro del monumento el rio que riega el árbol se ha alimentado de mis lágrimas. Silentes. Ese río colorado en sus zonas más profundas. Navego ese río. Con sus olas suaves. A veces se seca y mi balsa queda en medio de la nada. Sólo en el centro rodeada de las arenas del tiempo. Pasos. Brazadas. Después de tantas escaleras. Puedo alzar una cuerda y treparme hasta lo más alto, para ver en plano cenital. Como si me ayudase a comprender. Hace calor y tengo mucha sed. He de tragarme mis lágrimas. Y continuar. A que regrese la aurora de rosados dedos y comience el amanecer. La luz cambia los colores. Luz divina. Lléname.

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