sábado

Noche x


El bosque aparecía una y otra vez en el camino. Mientras rodaba por la carretera se dejaban ver cada una de las entradas que conducen a la montaña. La primera con una señalización muy llamativa, pero yo buscaba la entrada en la que encontraría el árbol de frutos junto a la vereda. Aunque ya el sol se despedía, los últimos rayos iluminaban las hojas mostrándome la ruta, podía reconocer los matices. Había un degrade como si a propósito quisieran indicarme que llegaría a la claridad y de repente, un árbol explotado en rojo. Dejo ver sus frutos amarillos. Eran mangos. Todo el árbol era rojizo verde y la luz reflejaba sobre los frutos. Detuvimos el auto. Ella, ella, el, aquel y yo. Nos contamos, nos miramos. Ya estábamos allí. Identificamos algunas señales. Aquel no era un lugar prohibido pero necesitaba comprobar que la teoría era cierta. Escuché el sonido de las vías del tren, las habíamos dejado hace rato, subir este cajón, todas las curvas que condujimos, asi todo las hacía sentir al lado. ¡El tren, el tren, como extraño viajar en tren! Trepamos al árbol para endulzar nuestros cuerpos antes de comenzar. Fructosa, fructosa, hilos amarillos, dientes encajados en la fruta, fructosa, fructosa. Los pájaros revoloteaban alborotados picoteando las frutas maduras. Deliciosas. Tenían un efecto estimulante. Mis brazos se separaron del resto del cuerpo y comenzaron a aletear. Sobrevolé el árbol. Canté una canción irreconocible en este preciso momento, hasta desconocía que podía emitir tal agudeza de laringe.

Sentía que estaba en lo alto de mi ser dejando bajo el árbol

Una sombra que se hacía incandescente e intentaba subir por las ramas. Intenté separarme de ella pero seguía aferrada a mí. En mi aleteo con fuertes movimientos me desprendí de ella y pude observar como una lágrima brotó de ella humedeciendo la brisa. Ella era pesada. Quedó adherida a mis patas un fragmento de ella. Aletié más fuerte pero el fragmento de sombra seguía allí. Suave. Pero su peso se iba haciendo más ligero a medida que alzaba el vuelo. Hasta que me desprendí de ella por completo. La dejé atrás para seguir por otra rama, no me había detenido antes en la cantidad de brazos que tiene un mango, pareciera ni notar mi presencia. Está la espina dorsal, gruesamente rugosa, luego son cinco seis ocho brazos, manos también. Elijo por cuál seguir. Un brazo me lleva a otro y de ese salto al siguiente. Palpo la corteza con mi mejilla, su suavidad me saluda. Siento poco a poco las largas hojas y la savia brota, inundando el aroma verde, pienso en la jalea que voy a preparar con los frutos, el chutney todas las especies que lleva, pimienta, clavos, pasas, aji, muerdo la fruta y sus hilos se quedan en mis dientes. Veo a lo largo, desde arriba el camino de la montaña pero el árbol me abraza, afirma atrapa. Escucho unos pasos acercarse desde otra rama, de seguro será uno de sus habitantes inspeccionando la llegada de una afuerina. Sabo a mango, pero de seguro no huelo a la frescura dulce. Contengo la respiración pasando desapercibida. Inhalo exhalo suave, retengo. Aguanto el aire, aguanto mi humanidad. Me adhiero a las ramas del mango bañándome en su savia, la dejo correr por mi piel, penetra en mis poros, entra en la sangre, en las células, corre por mis venas y llega al fondo de mi corazón que late cada segundo con su ritmo preciso y galopante. Estos latidos sus latidos vibrando en sintonía. La luna gobierna nuestros sentidos. Ella alimenta la vida. Lo blanquecino empieza tenue a aparecer entre las hojas y las ramas. Esta noche nos acompaña en creciente, la savia viene en ascendente. Subo la rama para sentir esa energía en la copa
https://ssl.gstatic.com/ui/v1/icons/mail/images/cleardot.gifY descubro un pequeño nido de pájaros. Me acomodo para no estropearlo. Las ramitas se ven a lo lejos. Escucho el cantar de las ranas. La lechuza también me saluda. Unos murciélagos revolotean el árbol en busca de alimento. He visto pasar unas luciérnagas con su tintinear brillante blancuzco. Los grillos allá abajo han dado comienzo a la serenata nocturna. Mi respiración se ha acoplado como un sonido más, alguien aúlla a lo lejos. Las estrellas me sostienen en su regazo. Los grillos son intensos, un perro ladra, que estará buscando, el mango está fuerte y me sostiene, se ha convertido en una cueva, floto y bailo. Bailo y floto al dulzón de la sabrosura, voy en el ritmo como una nube va en el viento me resuena la canción y bailo bailo bailo. Muevo las piernas, meneo la cadera, subo bajo los brazos, bailo flotando. Floto bailando entre las hojas, soy la protagonista de muchos ojos esta noche presente
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