El bosque aparecía una y otra vez en el camino. Mientras rodaba
por la carretera se dejaban ver cada una de las entradas que conducen a la
montaña. La primera con una señalización muy llamativa, pero yo buscaba la
entrada en la que encontraría el árbol de frutos junto a la vereda. Aunque
ya el sol se despedía, los últimos rayos iluminaban las hojas mostrándome la
ruta, podía reconocer los matices. Había un degrade como si a propósito
quisieran indicarme que llegaría a la claridad y de repente, un árbol explotado
en rojo. Dejo ver sus frutos amarillos. Eran mangos. Todo el árbol era rojizo
verde y la luz reflejaba sobre los frutos. Detuvimos el auto. Ella, ella, el,
aquel y yo. Nos contamos, nos miramos. Ya estábamos allí. Identificamos algunas
señales. Aquel no era un lugar prohibido pero necesitaba comprobar que la
teoría era cierta. Escuché el sonido de las vías del tren, las
habíamos dejado hace rato, subir este cajón, todas las curvas que condujimos,
asi todo las hacía sentir al lado. ¡El tren, el tren, como extraño viajar en
tren! Trepamos al árbol para endulzar nuestros cuerpos antes de comenzar.
Fructosa, fructosa, hilos amarillos, dientes encajados en la fruta, fructosa, fructosa. Los
pájaros revoloteaban alborotados picoteando las frutas maduras. Deliciosas.
Tenían un efecto estimulante. Mis brazos se separaron del resto del cuerpo y
comenzaron a aletear. Sobrevolé el árbol. Canté una canción irreconocible en
este preciso momento, hasta desconocía que podía emitir tal agudeza de laringe.
Sentía que
estaba en lo alto de mi ser dejando bajo el árbol
Una sombra que se hacía incandescente e intentaba subir por las ramas.
Intenté separarme de ella pero seguía aferrada a mí. En mi aleteo con fuertes
movimientos me desprendí de ella y pude observar como una lágrima brotó de ella
humedeciendo la brisa. Ella era pesada. Quedó adherida a mis patas un fragmento
de ella. Aletié más fuerte pero el fragmento de sombra seguía allí. Suave. Pero
su peso se iba haciendo más ligero a medida que alzaba el vuelo. Hasta que me
desprendí de ella por completo. La dejé atrás para seguir por otra rama,
no me había detenido antes en la cantidad de brazos que tiene un mango,
pareciera ni notar mi presencia. Está la espina dorsal, gruesamente rugosa,
luego son cinco seis ocho brazos, manos también. Elijo por cuál seguir. Un
brazo me lleva a otro y de ese salto al siguiente. Palpo la corteza con mi
mejilla, su suavidad me saluda. Siento poco a poco las largas hojas y la savia
brota, inundando el aroma verde, pienso en la jalea que voy a preparar con los frutos,
el chutney todas las especies que lleva, pimienta, clavos, pasas, aji, muerdo
la fruta y sus hilos se quedan en mis dientes. Veo a lo largo, desde arriba el
camino de la montaña pero el árbol me abraza, afirma atrapa. Escucho unos
pasos acercarse desde otra rama, de seguro será uno de sus habitantes
inspeccionando la llegada de una afuerina. Sabo a mango, pero de seguro no
huelo a la frescura dulce. Contengo la respiración pasando desapercibida.
Inhalo exhalo suave, retengo. Aguanto el aire, aguanto mi humanidad. Me adhiero
a las ramas del mango bañándome en su savia, la dejo correr por mi piel,
penetra en mis poros, entra en la sangre, en las células, corre por mis venas y
llega al fondo de mi corazón que late cada segundo con su ritmo preciso y
galopante. Estos latidos sus latidos vibrando en sintonía. La luna gobierna nuestros sentidos.
Ella alimenta la vida. Lo blanquecino empieza tenue a aparecer entre las hojas
y las ramas. Esta noche nos acompaña en creciente, la savia viene en
ascendente. Subo la rama para sentir esa energía en la copa
Y descubro
un pequeño nido de pájaros. Me acomodo para no estropearlo. Las ramitas se ven
a lo lejos. Escucho el cantar de las ranas. La lechuza también me saluda. Unos
murciélagos revolotean el árbol en busca de alimento. He visto pasar unas
luciérnagas con su tintinear brillante blancuzco. Los grillos allá abajo han
dado comienzo a la serenata nocturna. Mi respiración se ha acoplado como un
sonido más, alguien aúlla a lo lejos. Las estrellas me sostienen en su regazo. Los
grillos son intensos, un perro ladra, que estará buscando, el mango está fuerte
y me sostiene, se ha convertido en una cueva, floto y bailo. Bailo y floto al
dulzón de la sabrosura, voy en el ritmo como una nube va en el viento me
resuena la canción y bailo bailo bailo. Muevo las piernas, meneo la cadera,
subo bajo los brazos, bailo flotando. Floto bailando entre las hojas, soy la
protagonista de muchos ojos esta noche presente
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